La moralització dels costums

Revetlla de Sant Joan al Club de Tenis Barcelona, 23-6-1948.

AF/AHC

D’acord amb el seu objectiu de recristianitzar la societat, l’Església de postguerra, amb l’aquiescència de l’ordenament jurídic i de les autoritats del règim franquista, va pretendre encotillar els comportaments dels ciutadans dintre dels paràmetres d’una estreta moral cristiana. Les exhortacions a favor de la “moralització dels costums” palesaven el monopoli eclesiàstic d’una moralitat pública que es reduïa al combat contra la sexualitat fora de la seva funció procreativa dintre del matrimoni. La vigilància i la condemna eclesiàstica s’estenia a tota mena de manifestacions i situacions que, per acció o omissió, poguessin desvetllar el desig sexual. Hi destacaven totes aquelles que tenien relació amb l’exhibició del cos o el contacte corporal entre individus de diferent sexe. D’aquí que les platges i les piscines i els balls esdevinguessin una preocupació constant de l’episcopat, que propugnava l’estricta separació de sexes i el cobriment quasi total dels cossos.

Aquests principis inspiraren el 1944 les consideracions de l’arquebisbe de València, Prudencio Melo, sobre els banys en platges i piscines, publicades a “Ecclesia”: “las playas en las que promiscuamente se bañan hombres y mujeres y la desnudez es provocativa, constituyen de suyo ocasión próxima de pecado grave para los que a ellas asisten. Quienes exhiban esas desnudeces pecan con el doble pecado de inmodestia y de escándalo. (…) Hemos podido comprobar que en las piscinas se cometen especiales abusos contra la moral. Mientras no se señalen horarios o piscinas distintas para hombres y mujeres, la asistencia de los católicos a ellas constituye una abominación execrable a los ojos de Dios y de la Iglesia”.

Encara a la dècada dels cinquanta, bisbes de molt diferent tarannà i procedència coincidien —en les planes de la ja mencionada publicació— en el diagnòstic de l’ancià Prudencio Melo. El 1956, l’arquebisbe de Tarragona, Benjamín Arriba y Castro, cridava “una vez más la atención sobre el escándalo de playas y piscinas sin separación de sexos”; per la seva banda, el bisbe de Vic, Ramon Masnou i Boixeda, considerant que “duele en el alma ver la solera cristiana de nuestras comarcas, empredadas con Balmes, San Antonio Marta Claret, Torras y Bages y tantos otros, atacada por el paganismo con la alegre cooperación de los que, sin saberlo, venden la herencia de nuestra proverbial seriedad por un plato de lentejas de costumbres que ruborizarían a nuestros padres”, recordava el mateix any que “sigue vigente la prohibición de asistencia de nuestros diocesanos a piscinas y playas mixtas”.

Les condemnes dels anomenats “balls moderns” eren encara més habituals que les exhortacions contra les platges i les piscines, limitades a la temporada d’estiu. Com puntualitzava el 1941 Marcelino Olaechea, futur arquebisbe de València i aleshores bisbe de Pamplona, “no hablamos del baile suelto entre jóvenes de ambos sexos, ese baile ágil, bello y decoroso. Esos bailes tradicionales son preciosa reliquia folkórica recuerdo de abuelos y olor de siglos…”, sinó d’aquells balls nascuts “en las charcas de otros pueblos podridos, (…) en la carroña moral de Europa, en el estallido bestial de las tribus más degradadas de la tierra”. Però era el bisbe d’Eivissa qui amb major claredat sintetitzava la doble condemna, com a font de pecat i com a corruptors de l’esperit nacional, que mereixien els balls contemporanis per al nacionalcatolicisme. El 1945, Antoni Cardona considerava en les planes d’“Ecclesia” que “el baile es la raíz de incontables pecados y ofensivas contra Dios Nuestro Señor, que tiene prohibida la lujuria en todos sus grados. Puede asegurarse también que atenta enteramente contra la Patria, la cual no puede ser grande y fuerte con una generación muelle, afeminaday corrompida…”.

Aquesta moralització dels costums consagrava una doble moral, que feia caure sobre les dones, privades de sexualitat, tota la responsabilitat de contenir i, obsessivament, de no desvetllar el desig sexual masculí, el qual, si bé era condemnable, es considerava com un element donat i natural (els prostíbuls no van ser il·legalitzats fins entrada la dècada dels cinquanta). D’aquí les estrictes normatives sobre la “modèstia cristiana” del vestit femení, com la dictada el 1940 per l’administrador apostòlic de Barcelona, Miguel de los Santos Díaz de Gómara, en el butlletí del bisbat del 25 de maig: “Principio general: son contrarias a la modestia cristiana todas aquellas maneras de vestir, sentarse, andar, etc., que descubran o que por transparencia o ceñido acentúen las formas que deben quedar cubiertas. Por lo tanto:

El escote: no ha de pronunciarse en ningún sentido.

Las mangas: han de ser largas o por lo menos siempre hasta el codo.

La falda: no puede llegar más arriba de la mitad entre la rodilla y el tobillo.

Medias: es deber de modestia y educación que todas las mujeres lleven medias desde su adolescencia.

Los trajes de baño: han de cubrir el nacimiento del brazo y tener falda hasta la rodilla. Fuera del baño deben ir totalmente cubiertas con el albornoz cerrado.

Trajes de playa: no existen tales trajes en el catálogo de la modestia cristiana. Para las niñas menores de doce años, siguen las misma normas, pudiendo únicamente acortarse la falda, cuidando empero de que cubran siempre la rodilla (aunque estén sentadas)”.

El diagnòstic sobre la ciutat de Barcelona, al final dels anys quaranta, del seu bisbe Gregorio Modrego y Casaus condensava aquesta mentalitat eclesiàstica que, obsessionada amb qualsevol manifestació del tema sexual, no encertava a distingir entre la progressiva relaxació de les pautes de relació entre homes i dones, la frivolitat dels espectacles i la sòrdida realitat de la prostitució de postguerra. En pot servir d’exemple el text aparegut a “Razón y Fe” pel febrer del 1950, citat per Florentino Valle a Sombras de una gran ciudad. Barcelona 1949:

“Los salones de baile aumentan cada día. No hay barrio sin su dancing y su barracón de atracciones. Con la particularidad de que, en un radio de 200 metros, hay una serie de los llamados ‘hoteles-meublés’, o pisos acondicionadosunos 120 conocidos—, para citas, cuya principal clientela procede de los tales salones. Las playas y piscinas son campos de exhibición y mezcolanza, con cuartos familiares alquilados a chicos y chicas. Los salones de Exposiciones de arte son unos 35, con exhibición del desnudo. En la nueva modalidad de los ‘nidos de arte’, bajo el pretexto de la espontaneidad, se exhiben, sin previo programa censurado, las mayores sandeces y procacidades. Y están los Frontones, a los que acuden muchas de las llamadas ‘medias virtudes’. Y los ballets o sketchs o ‘conjuntos’, con falta de vestido y de vergüenza. Y el bochornoso Barcelona de noche, en el que tienen libre campo como artistas los infelices ‘invertidos’, contemplados por un público degenerado. (…) Y por fin, las desgraciadas mujeres de la vida, las registradas en los ficheros oficiales y las clandestinas en mucho mayor número, en 900 habitaciones de alquiler, en las butacas reservadas de ciertos cines o en los cafés y bares de la parte antigua de la ciudad y algunos del ensanche”.