Un testimoni de la repressió judicial

Anunci del concert al Palau de la Música del dia dels fets del Palau, “La Vanguardia”, Barcelona, 18-5-1960.

AHC / G.S.

El 19 de maig de 1960, diverses persones que assistien a un concert al Palau de la Música Catalana, i davant de diversos ministres presents a la sala, van començar a cantar El cant de la senyera, prohibit en aquells anys. La policia va detenir 20 persones, entre elles Jordi Pujol i Francesc Pizón, que serien sotmesos a un consell de guerra que els va condemnar a 7 i 3 anys de presó respectivament.

Entre els detinguts, hi havia Magí Sanmartí Roset, estudiant de medicina, que va declarar el següent davant l’advocat Álvaro Agustí Llatas, segons còpia de l’acta notarial, transcrita per la Presidència de la Generalitat de Catalunya, s. 11. [Saint Martin le Beau], s.d. [1960]:

Moneda de 5 pessetes contramarcada amb Pujol, que circulà arran de les detencions dels fets del Palau, 1960.

Col·l. part. / G.S.

«Que hallándose el dicente en el Palacio de la Música Catalana el día 19 de Mayo de 1960 asistiendo a un concierto homenaje a Maragall por parte del Orfeó Català y en el primer entreacto del Concierto, al observar un ocupante de una localidad vecina, que resultó ser funcionario del Cuerpo General de Policía, que el dicente tenía en sus manos una hoja que contenía el texto de la Poesía de Juan Maragall titulado “El Cant de la Senyera”, fue detenido y conducido, acompañado por varios policías, a la Jefatura Superior de Policia y en las dependencias que ocupa la Brigada Social, en donde fue introducido y en el que se hallaban diez o doce funcionarios que recibiéndole a golpes le significaron que le tratarían como a “un comunista” y que al día siguiente le darían “el paseo” si no declaraba quien le había entregado el texto de la poesía de Maragall. Seguidamente fue golpeado con porras a la espalda y recibió buen número de bofetones y puñetazos en el vientre. Tal estado de cosas fue suspendido al ser conducido el dicente a presencia del funcionario llamado Vicente Juan Creix, el cual le interrogó sobre el extremo antes dicho, mientras simultáneamente se le practicaba un detenido registro en el domicilio de sus padres según se supo posteriormente. Al poco tiempo comparecieron unos funcionarios manifestando que le habían hallado en su domicilio distintas hojas clandestinas y en aquellos momentos varió totalmente la forma del interrogatorio practicado por el funcionario Vicente Juan Creix, quien porra en mano ordenó a los restantes funcionarios que habían entrado en la dependencia que sujetaran al dicente, y estando en tal estado el referido Vicente Juan Creix le golpeaba con la porra en los ríñones y espalda, mientras otro funcionario le dirigía puñetazos en el estómago y vientre. “

»Esta “operación” duró alrededor de una hora, al tiempo que los distintos funcionarios allí presentes proferían las expresiones siguientes: “Que ya estaban hartos de curas”, “que los curas ya no les daban miedo en la actualidad”, que “los rojos sólo habían hecho una cuarta parte del trabajo”, “que habían dejado demasiados curas” y otras por el estilo. Uno de ellos, recuerda perfectamente el dicente, le dirigió unas palabras en asturiano, preguntándole al dicente si sabía qué querían decir aquellas palabras, y al contestar el dicente que no lo sabía, le propinó un bofetón diciéndole “que los catalanes no tenían cojones” y que “durante la batalla del Ebro habían corrido mucho”. Después de esto, siendo aproximadamente las 1’30 horas del día 20, permaneció el dicente sentado en uno de los despachos, hasta las cinco o las seis de la mañana del mismo día, que fue introducido en uno de los calabozos de los subterráneos.

»Manifiesta el dicente que permaneció en (uno de) el calabozo sin ser molestado hasta el mismo día 20 a las 11 horas de la noche, en que se le llamó nuevamente para que él declarara a presencia del señalado funcionario Vicente Juan Creix. Tal funcionario le manifestó que tenía que declarar en qué imprenta se habían hecho los papeles que habían sido hallados en su domicilio, cosa que el dicente ignoraba pues se los iban depositando en la portería, desconociendo la personalidad de quien los llevaba. Seguidamente, el referido Juan Creix le contestó que tal versión de los hechos no la creía, por lo que volvió a coger la porra que había utilizado con el dicente el día anterior amenazándole que de no decir el nombre del impresor le propinaría una paliza “fenomenal”. Ahora bien tal amenaza no la cumplió, pues ante las respuestas del dicente diciéndole que aunque le matara no podría facilitar tales datos pues los ignoraba, ordenó a otro funcionario, al parecer llamado Guijarro o Martín Guijarro, que le tomase declaración. Este último funcionario le manifestó que de no declarar el nombre del impresor lo manifestaría al Catedrático de Medicina Legal de la Facultad de Medicina de la Universidad de Barcelona, con quien dijo el funcionario, le unía una buena amistad, al efecto de que no le aprobase la Asignatura hasta que tuviese el declarante 40 años, que lo pondría en conocimiento del Decanato de la Facultad de Medicina, para que retrasase tres años, que le propinaría una paliza de la que se acordaría toda la vida y otras amenazas parecidas. Seguidamente le indicó que le mostraría la declaración que había hecho ante tales funcionarios Don Miguel Coll y Alentorn quien según le dijo lo había señalado de todo. Y que también para comprobar tal declaración propinarían ante el declarante una paliza al indicado Sr. Coll y Alentorn, para que cantasen ambos. No obstante al cabo de un rato (una media hora) le llevaron nuevamente al calabozo, donde desde la media noche le dejaron tranquilo sin llamarle en ninguna otra ocasión hasta el sábado sobre la medianoche en que fue llamado nuevamente para que prestase nueva declaración.

«Manifiesta el dicente que el sábado fue llamado a un despacho, donde había dos funcionarios de policía, uno sentado frente a la máquina de escribir y el otro a su lado que dirigió el interrogatorio sobre las dos de la madrugada del domingo día 22, en que fue conducido nuevamente al calabozo, hasta ser nuevamente llamado a uno de los despachos sobre las once horas del día para hacerle unas preguntas sobre su situación económica y la de su familia, y llevado nuevamente al calabozo.

»Sobre las 22’30 del domingo 22 fue puesto en libertad, luego de indicarle que le habían impuesto una sanción económica de cinco mil pesetas».