Testimonis sobre la Barcelona del 1939

L’1 d’abril de 1939 s’acabava oficialment la Guerra Civil espanyola, tot i que la pau real havia de tardar encara uns anys llargs. El nou règim es legitimava en la seva victòria militar, desitjada per molts, temuda per altres i acceptada amb més o menys resignació per la immensa majoria, tipa de violències, de morts, de gana i d’inseguretat.

La guerra s’havia acabat, però deixava al darrere un saldo feixuc de destruccions materials i de vides humanes perdudes. Aquest desastre havia d’influir durament damunt de la societat durant els anys següents.

J.M. Fontana, cap provincial de FET y de las JONS de Tarragona al principi dels anys quaranta.

Col·l. part. / G.S.

Dos mesos abans de la fi de la guerra, les tropes de Franco havien ocupat Barcelona i tot Catalunya, amb l’èxode consegüent d’una part de la població catalana i d’un bon nombre de refugiats a Catalunya, que havien fugit de les seves terres arran de l’avançada de l’exèrcit franquista. Els testimonis d’aquests fets són abundants i interessants. Dionisio Ridruejo, per exemple, ben situat entre els vencedors, apunta: “La caída de Barcelona se produjo (…) el 26 de enero. Unas tres semanas antes de esta fecha yo había tomado ya la decisión de situar a retaguardia de las columnas que avanzaban los equipos de altavoces y los materiales de propaganda que desde la ocupación de Lérida venían preparándose bajo la dirección de mis colaboradores catalanes y, en buena parte, en la lengua del país…”. Ridruejo explica que a Tarragona i a Reus es van realitzar actes públics en els quals “se escuchó indicativamente el catalán (…) Nuestro meditado plan de presentación en Cataluña era el de conjurar la idea de que el país, como tal país se considerase vencido y conquistado” —i en això, el falangista reusenc Josep Maria Fontana hi coincidia apassionadament—. De l’ocupació de Barcelona, n’explica:

“Bajamos por el paseo de Gracia a la plaza de Cataluña y a las Ramblas. Había un gentío enorme y efusivo, en el que predominaban las mujeres, algunas de las cuales casi se nos metían por las ventanillas de los coches. Era sensible que para una buena parte de la población la guerra había sido una larga pesadilla y aquel final casi incruento y quizás inesperado representaba una fiesta. No toda la ciudad tendría el mismo talante (…) Como propagandista de aquella situación que llegaba a Cataluña, mi obligación era hacerla aparecer en sus aspectos positivos y estimulantes y no negativos. No consideraba yo tanto a la parte de la población que en aquella hora pudiera sentirse liberada, sino a la que debía sentirse amenazada e incluso— que al asunto no te faltaba complejidad— liberada y amenazada al mismo tiempo… Mis dos preocupaciones centrales en aquellas horas eran que los catalanes no se sintieran invadidos ni discriminados en tanto que catalanes, ni los obreros de Barcelona sumergidos y desarmados en tanto que sindicalistas. Me parecía a mí entonces (y de entonces estoy hablando) que Cataluña podía soportar muy bien la revocación del Estatuto de Autonomía pero no la interdicción o el despojo de pertenencias fundamentales como la lengua o el estilo de vida…”. I Ridruejo continua: “Tales ideas habían sido aprobadas en su más alto nivel por el Ministerio del Interior, al que mis servicios pertenecían, y por la Secretaría General del Partido, a la que voluntariamente se sentían religados. Pero pronto resultó patente que aquellas buenas disposiciones no representaban la política general del Gobierno, cuyo ejecutor en Barcelona sería, para empezar, un plenipotenciario que quedaba por encima de cualquier poder ministerial concreto. Como era lógico, dadas las circunstancias, el plenipotenciario o jefe supremo de los servicios de ocupación era un alto grado militar: el general Álvarez Arenas (…) Tenía, pues, que entenderme con sus colaboradores y en especial con el vizconde de Manzaneda, Alfonso de Hoyos (…). Fue éste el que me comunicó cuál era el criterio adoptado: nada de usar el catalánlos camiones que llegaron cargados de manifiestos y folletos en este idioma habían sido secuestrados—, nada de sardanas o de ‘aplecs’ populares. Barcelona había sido una ciudad pecadora y religiosamente desasistida y lo que había que hacer, durante semanas enteras, era organizar misas de campaña en todas partes y actos religiosos expiatorios (…). Llegábamos a Barcelona (…) y en vez de una invitación le traíamos un sermón de cuaresma, un talante represivo, una invitación a dejar de ser.”

Amb Ridruejo venien un grup d’artistes i d’intel·lectuals, com Carles Sentís, Pere Pruna, Samuel Ros, Pedro Laín y Entralgo, Edgar Neville, Josep Maria Fontana, Xavier de Salas, Joan Ramon Masoliver, i amb ells tots els catalans que durant la guerra havien treballat a Burgos a les ordres de Ridruejo. Un d’ells, Laín y Entralgo, esbossa a Descargo de conciencia (1930-60) la seva visió d’aquell moment de Barcelona:

“Cuando las vanguardias de Yagüe iban aproximándose a la capital de Cataluña, Dionisio convirtió la expectación en organización, y (…) dispuso todo lo relativo a nuestra presencia en la gran ciudad (…). Hice en Barcelona todo cuanto allt yo tenía que hacer: establecí contacto con las imprentas que a partir de entonces habían de trabajar para la Editora Nacional, incrementé la biblioteca del Ateneo, a través de Luys G. Santamarina, su nuevo presidente, con montones de libros requisados por los fugitivos y por ellos abandonados en un gran almacén de Diputación-paseo de Gracia, ayudé a limpiar la ciudad de la pornografía y el anarquismo barato que tan profusamente la poblaban”.

Laín va incorporar a l’equip barceloní de propaganda del nou règim Félix Ros, Fernando Gutiérrez, Guillermo Díaz-Plaja i l’esmentat Santamarina.

En aquelles hores, també va arribar a Barcelona Ernesto Giménez Caballero, un dels precursors intel·lectuals del feixisme espanyol, que va veure la ciutat així:

“Cuando el 26 de enero entró nuestra división por el barrio de San Andrés, contemplamos Barcelona desde lo alto de un hospital. Estaba exánime. Y fuimos nosotros los que sentimos ansias de caer de rodillas y de acariciar su faz sin humo de fábricas, su puerto sin sirenas, sus calles sin almas, sus carnes putrefactas de andrajos y mondaduras. Por aquel barrio no circulaban catalanes, hombres ni mujeres. Eran piojos humanos. Parásitos incrustados a tranvías inmóviles, manos sucias y horribles que se nos tendían en silencio por pan, por caridad, por un pitillo.”

Un dels fundadors del setmanari “Destino”, Ignasi Agustí, va valorar uns anys més tard el paper del règim franquista respecte a Catalunya:

“Lo que es cierto es que las tropas del general Franco entramos en Barcelona el 26 de enero de 1939; llegamos a una ciudad dispuesta a todo por apoyar al nuevo régimen y solidificar su situación de base (…). Con relación a Cataluña no se ha seguido ninguna línea política… En el caso de nuestra región no se ha seguido… más que un matiz de signo puramente económico (…) para mantener el nivel de la región en sus aspectos materiales; en lo otro, creo yo, se ha tenido una disposición a dar largas a los años para que, al cabo del tiempo histórico, precisamente por los crecimientos de población y las migraciones, nos halláramos en un país que había dejado de hablar el catalán.”

Concentració a Barcelona per a rebre el ministre de la Governació. R. Serrano Suñer, C. Pérez de Rozas, 14-6-1939.

AF/AHC

Dels habitants de la Barcelona ocupada, també en tenim testimonis, com el de l’orfebre Joaquim Renart, que des d’una òptica catalanista moderada narrava els fets en el seu Diari. 1918-61: “26 gener 1939 (…) El saqueig als magatzems de proveïments no ha parat un moment. Des de la nostra talaia del balcó veiem com grups de gent arrossegaven sacs i paquets (…) 1 febrer 1939: S’han obert la majoria d’establiments. Es treballa normalment però ningú no disposa de cap pesseta (…) Altres amics han retornat. Tothom s’abraça, com si es vingués d’un altre món (…) Un núvol de moros venen queviures i objectes pel carrer. 22 febrer 1939: Els barcelonins absents van retornant (…) Alguns vénen normalment tot compadint els qui haguérem de viure dintre aquesta zona condemnats a privació constant. Altres vénen com galls de panses, inflats i mirant la gent de reüll, com si fóssim inferiors, com si pesés damunt els infeliços que no poguérem marxar la tara de roig de solemnitat (…) 5 març 1939: Aquest matí, diumenge, a la plaça de Catalunya hi ha hagut missa de campanya, per tal de fer el solemne trasllat del Sant Crist de Lepant (…) Discursos, música, himne nacional, visques. I cants. En Marcos Redondo cantava a honor del Sant Crist de Lepant (…) 9 juny 1939: Fa una colla de dies que uns paletes o fadrins marbristes pugnen per serrar el relleu amb el retrat de Pi i Margall del seu ex-monument. Serra que serraràs, la cosa és dura i es veu que el retrat està ben arrapat al pedestal”.

L’escriptor Sebastià Juan i Arbó descriu com va viure un aspecte de l’ocupació, al Cafè de la Rambla, un d’aquells dies:

“Había algunos soldados, y en aquel momento llegó un sargento… se puso de pie sobre una mesacreo que iba algo bebido— y empezó a insultar a todos los que estábamos allí; nos trató de separatistas, de rojos, de criminales, ‘todos los catalanesgritaba— sois unos rojos separatistas’. El local estaba lleno; al final nos hizo poner de pie a todos, todos firmes, y con el brazo en alto y gritar a una: ‘¡Arriba España! ¡Viva Franco!’, lo que se cumplió sin vacilación, todos de pie, el brazo en alto (…) y con voz muy fuerte y clara. Mal empezaba la nueva España… Entró otro militar en el local. Este capitán o comandante (…) y con éste se repitió la escena elevada a un grado más alto… Al final señaló a dos o tres jóvenes (…) y les hizo presentarse ante él; les ordenó que le siguieran, para inscribirles, dijo, como voluntarios con los nacionales, creo que en el Tercio”.

Josep Tarín i Iglésias, pròxim aleshores, com a periodista, a Capitania General, explica el paper moderador que va exercir el primer capità general, Luis Orgaz Yoldi, de tendència monàrquica:

“La llegada de Orgaz a Barcelona significó un cierto respiro, pues en la ciudad quien prácticamente mandaba era el gobernador civil, uno de los personajes más siniestros que ha pasado por el palacio de la avenida del Marqués de Argentera. Vallisoletano de nacimiento y catedrático de aquella universidad, vino a Barcelona con fama bien ganada de anticatalán. Fue el autor de los letreritos ‘Hable el Idioma del Imperio’. A su alrededor todos eran, o bien unos rojos, o unos catalanistas, especialmente la burguesía (…)”.

Si aquests escrits són incisius i punyents, més dramàtics i emotius són encara els testimonis de les vivències dels qui s’exiliaren o les dels qui patiren l’opressió de la immediata postguerra.